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viernes, 17 de mayo de 2013

Chelsea reina en Europa: renunciemos todos (bis)



Escribía el otro día mi compañero, y amigo hasta el punto de que le cojo prestado el titular sin permiso, Nicolás de Marco, que no nos quedaría otra que renunciar a todos los periodistas y aficionados si Radamel Falcao termina en el Mónaco. No seré yo quien precipite el Apocalipsis que promovía el otro día De Marco en su columna, pero visto el nuevo éxito del Chelsea en Europa, no me queda otra que promulgar el axioma de mi compañero argentino: Renunciemos todos. Periodistas, técnicos, aficionados y gurús. Vámonos.

Seguramente sea una salida fácil, pero es que el Chelsea ha vuelto a demostrarnos a casi todos una cosa: El fútbol es inexplicable, que es una manera suave de decir que no tenemos ni idea. ¿Cómo vamos a razonar si no, que el club londinense ha sido más exitoso cuando menos planificado ha sido? ¿Cómo vamos a argumentar que el vaiven de técnicos interinos le ha traído el maná continental que no consiguió la concienzuda y sólida era de José Mourinho? ¿Quién puede explicar cómo un grupo de jugadores en su mayoría en época declinante, atraparon la gloria que les esquivó en el esplendor de sus carreras?

El club del multimillonario Roman Abramovich, que anheló desde su desembarco en Stamford Bridge la Champions League, ha explorado dos ‘modelos’ de gestión deportiva en el transcurso de una década de éxito dispar en Europa. Se entregó a Mourinho, y este, con el dinero del ruso por castigo, conformó un equipo de autor. Confluyeron en el plantel hombres que ya estaban, como Lampard o Terry, y futbolistas fichados por Mourinho, como Drogba, Essien, Ashley Cole, Carvalho o Cech. El mánager formó un equipo vigoroso como pocos, amparado en la superlativa condición física de la mayoría de los jugadores, que compartieron la mejor etapa de sus carreras bajo el mandato de Mourinho.

No hubo manera en Europa para un conjunto que se quedó a media cuarta de la gloria con Mourinho. La rozó en 2008 con Avram Grant, otro interino que no hizo sino aprovechar la misma plantilla boyante que había confeccionado Mourinho y parecía que la ventana se había cerrado para siempre. Se eligió a Ancelotti, se buscó en André Vilas-Boas al ‘Mourinho del futuro’ y se terminó en Di Matteo, al tiempo que los pesos pesados del equipo entraban en el otoño de su época útil. Nadie contaba ya con un grupo que había dado lo mejor de sí. Hasta que el fútbol se redujo a su esencia impredecible. No se sabe muy bien cómo, el Chelsea, en apenas un mes, sobrevivió al asedio del Barcelona y le robó la cartera al Bayern de Múnich en su casa para erigirse como campeón de Champions League. Creo que todavía hoy, sabiendo el resultado, apostaría por el Barcelona y por el Bayern.

Ahora mira el Chelsea desde su atalaya, de cimientos endebles, como vigente campeón de Champions y Europa League, un hito que no conoce precedente. Lo ha hecho con dos entrenadores interinos, con un ‘proyecto’ que transforma la palabra ‘proyecto’ en eufemismo, y añorando la figura de un Mourinho de morros con Europa cuando fue el mandamás del Chelsea. Renunciemos todos, Nico, usted y yo los primeros, y vayamos de noches sabineras por Buenos Aires o Madrí.

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