Cuando los efectos de las competiciones
europeas añaden presión al rendimiento en la Liga y entramos en el clave mes de
noviembre, cuando las cosas ya no salen tan bien y las alternativas no
responden por igual, entonces el hasta ahora paso sereno e incólume de algunos
muestra sus verdaderas entrañas.
Es el caso de Chelsea y Manchester City,
quienes sufren la rudeza de un complicado grupo de Champions y que diversos
factores, -rendimiento, lesiones, orden táctico y suerte mediante-, han
trastocado el panorama de su presente en la Premier.
Ambos conjuntos tienen mucho en común, son plantillas compradas, vienen de ganar títulos la pasada campaña, sus técnicos son italianos y hasta comparten el mismo nombre. A ambos, casualmente, les ha tomado un poco fuera de balance que sus maquinarias futbolísticas no respondan con la misma solvencia a los obstáculos domésticos y continentales y han llegado un punto donde necesitan, sí o sí, acudir a su
más profunda sapiencia para salvar el rumbo de sus naves.
El caso del Chelsea es un poco más preocupante. Di Matteo tiene menos plantilla que Mancini y no le queda otra que arreglárselas con lo que tiene, al menos hasta enero. Es alarmante su fracaso funcional en el partido contra el Swansea y los dos ante el Shakthar, y si a eso le sumamos la derrota contra el United en Stamford Bridge con el consabido homicidio de silbato de Clattenburg, es momento de revisar urgentemente su propuesta futbolística.
Y es que tanto el conjunto de Cardiff como el de Donetsk dejaron bien claro que la posesión precisa y punzante destapa las carencias de un mediocampo hábil en la creación, pero inocente a la hora de conformar la transición defensiva.
Este domingo reciben a un Liverpool que aún no acaba de reencontrarse (o de encontrarse) con sí mismo y puede ser el momento idóneo para probar una variante que aporte más contundencia a la franja más importante del campo.
La cuestión del City es completamente distinta. Tiene cracks en cada una de las posiciones, pero la mecánica resolutiva de sus volantes creativos -y sus alternativas de emergencia-, así como la solidez de su defensa, no están rindiendo al nivel de la pasada temporada. La casi segura eliminación de la Champions supondrá otro mazazo anímico y económico provocado por la propia falta de contundencia en la mini serie contra el Ajax, reflejo de otros tantos deslices en la Premier.
El domingo se medirán a un Tottenham que ya ganó en el otro campo de la ciudad, pero utilizó a Bale, Lennon, Defoe y Adebayor en su triunfo el jueves ante el Maribor y llegará con las piernas un tanto cansadas a Eastlands.
El hecho de que el City sea el actual campeón de la Premier no habla por sí solo de cuán saludable pueda ser el funcionamiento orgánico de su plantel. Es cierto que Mancini trabajó el equipo y extrajo su mejor fútbol, pero estaríamos contando una historia completamente distinta si el Manchester United no hubiera caído en Wigan, si el Everton no le hubiera empatado en el Old Trafford, o, simplemente, si Ferguson no hubiera tenido semejante pavor en el duelo del 30 de abril. Que nadie se confunda con el espejismo de un título, el camino al éxito tarda años en encontrarse.
Ambos conjuntos tienen mucho en común, son plantillas compradas, vienen de ganar títulos la pasada campaña, sus técnicos son italianos y hasta comparten el mismo nombre. A ambos, casualmente, les ha tomado un poco fuera de balance que sus maquinarias futbolísticas no respondan con la misma solvencia a los obstáculos domésticos y continentales y han llegado un punto donde necesitan, sí o sí, acudir a su
más profunda sapiencia para salvar el rumbo de sus naves.
El caso del Chelsea es un poco más preocupante. Di Matteo tiene menos plantilla que Mancini y no le queda otra que arreglárselas con lo que tiene, al menos hasta enero. Es alarmante su fracaso funcional en el partido contra el Swansea y los dos ante el Shakthar, y si a eso le sumamos la derrota contra el United en Stamford Bridge con el consabido homicidio de silbato de Clattenburg, es momento de revisar urgentemente su propuesta futbolística.
Y es que tanto el conjunto de Cardiff como el de Donetsk dejaron bien claro que la posesión precisa y punzante destapa las carencias de un mediocampo hábil en la creación, pero inocente a la hora de conformar la transición defensiva.
Este domingo reciben a un Liverpool que aún no acaba de reencontrarse (o de encontrarse) con sí mismo y puede ser el momento idóneo para probar una variante que aporte más contundencia a la franja más importante del campo.
La cuestión del City es completamente distinta. Tiene cracks en cada una de las posiciones, pero la mecánica resolutiva de sus volantes creativos -y sus alternativas de emergencia-, así como la solidez de su defensa, no están rindiendo al nivel de la pasada temporada. La casi segura eliminación de la Champions supondrá otro mazazo anímico y económico provocado por la propia falta de contundencia en la mini serie contra el Ajax, reflejo de otros tantos deslices en la Premier.
El domingo se medirán a un Tottenham que ya ganó en el otro campo de la ciudad, pero utilizó a Bale, Lennon, Defoe y Adebayor en su triunfo el jueves ante el Maribor y llegará con las piernas un tanto cansadas a Eastlands.
El hecho de que el City sea el actual campeón de la Premier no habla por sí solo de cuán saludable pueda ser el funcionamiento orgánico de su plantel. Es cierto que Mancini trabajó el equipo y extrajo su mejor fútbol, pero estaríamos contando una historia completamente distinta si el Manchester United no hubiera caído en Wigan, si el Everton no le hubiera empatado en el Old Trafford, o, simplemente, si Ferguson no hubiera tenido semejante pavor en el duelo del 30 de abril. Que nadie se confunda con el espejismo de un título, el camino al éxito tarda años en encontrarse.
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